Viajando en tren bajo el mar
Allá por finales de los ’80, a mis aproximadamente 12 o 13 años, era fiel lector de la revista Conocer y Saber (más adelante convertida en Conozca Más). En alguna edición que quizás aún tenga en vaya uno a saber que rincón, había salido un artículo acerca de una obra de ingeniería que me resultaba asombrosa. Un túnel no solo por debajo del mar, si no por debajo del mismo lecho marino, que conectaba el continente europeo con Gran Bretaña y que iba a ser recorrido por trenes «super veloces«. El Eurotunel.
En ese entonces, a mi edad, sin haber viajado al exterior antes y sin internet como herramienta de consulta, esa información me parecía poco menos que de ciencia ficción.
Pasaron más de 20 años hasta el 2011 cuando con mi actual mujer, Natalia, comenzamos a planificar un viaje a Europa. Dónde ir, como ir, qué hacer luego, etc, etc. Básicamente lo que uno planifica en cualquier viaje.
Terminada la lista de destinos para visitar, quedó por determinar la forma de llegar a cada uno. Destino número 1: Londres. Destino número 2: París. Formas de llegar que tuvimos en cuenta: avión o…. tren.
Me gustan mucho los aviones, de hecho siempre quise ser piloto y quizás algún día pueda hacer el curso en forma privada. También me gustan los trenes, no fueron pocas las veces que me entretuve en YouTube mirando videos de trenes.
Pero este no era un viaje cualquiera en tren. Podría decir que esperé, sin saberlo, más de 20 años y no iba a dejar pasar la oportunidad. Así que la posibilidad de viajar en avión desde Londres a París quedo descartada casi sin mencionarla.
Luego de tener el pasaje de avión desde Buenos Aires, una de las primeras cosas que hice fue ingresar a la web de Eurostar y comprar el pasaje que nos llevaría a París pasando por debajo del Canal de la Mancha.
Según el horario de salida había bastante diferencia de precios, esto supongo que tiene que ver con que mucha gente debe viajar en horarios laborables, digamos como para llegar a destino a las 9 o 10 de la mañana y luego volver al final del día. Esos horarios eran más caros que si elegía salir, por ejemplo, a las 11 de la mañana.
A pesar de eso, como no queríamos perder parte del día con el viaje, compramos pasajes en el tren que salía 06:52 am desde la estación St. Pancras, en Londres, para llegar, alrededor de dos horas y media después, a la Gare du Nord en París.
No hace falta pensar demasiado para darse cuenta que para salir a esa hora hubo que levantarse temprano. Y para eso había que acostarse también temprano. Aunque esto último no lo hicimos, era nuestro primer destino y estábamos con toda la energía. Antes de dormir saqué esta foto de la vista que teníamos desde la habitación.
Vista nocturna desde nuestra habitación frente al estadio Wembley.
Efectivamente, al día siguiente a las 04:30 am ya estábamos cambiados y listos para abandonar el hotel en Londres.
Claro que antes de salir de la habitación saqué esta otra foto del amanecer londinense. Por la latitud en la que se encuentra ubicada, en el verano Londres tiene más horas de sol de las que hubiese pensado. Así que bastante antes de las 05:00 am el sol ya había salido.
Antes de salir del hotel, una última foto.
Como se ve, la habitación que nos tocó tenía una gran vista.
Debido a los altos precios de alojamiento que habíamos encontrado, decidimos alojarnos en un hotel de la cadena Ibis situado justo frente al estadio de Wembley (el Ibis Wembley, justamente). Tanto el hotel como el lugar estaban muy bien, pero quienes conozcan Londres sabrán que es una zona muy alejada del centro. Así que teníamos un viaje relativamente largo hasta la estación de trenes de donde salía el Eurostar.
Desde el hotel caminamos unos 300 metros hasta la parada más cercana y tomamos uno de los clásicos autobuses londinenses de piso doble.
Una de las primeras sorpresas del viaje fue ver que el cartel que indicaba el tiempo restante para que llegara el autobús fuese increíblemente preciso. Si decía 5 minutos, eran 5 minutos. Y pasado ese tiempo el autobús aparecía casi mágicamente. Precisión inglesa.
La precisión del indicador de tiempo de llegada es asombrosa.
En la parada había un hombre que esperaba igual que nosotros y a quien le pregunté si estábamos esperando el autobús correcto para ir al lugar donde íbamos. Luego de respondernos y de notar mi “particular” acento inglés nos preguntó de donde éramos:
-“From Argentina”, respondí.
-“ohhh, Argentina, Maradona, Messi”.
– “Yeah, Yeah” y risas.
Efectivamente el fútbol oficia de vínculo natural entre la gente.
La parada de autobuses.
Tomamos el autobús, pagamos al conductor (no había comprado tarjeta ni nada) y nos acomodamos (parados) mientras se pasaba casi una hora de viaje desde los suburbios londinenses hasta el centro de la ciudad.
Finalmente, sin la plena certeza, decidimos bajar donde creímos que debíamos hacerlo. No estuvo del todo mal, pero nos equivocamos por unas 2 o 3 paradas. Es decir unos 500 metros.
No hubiera sido tanto el problema si no hubiese sido por dos cosas. En primer lugar ya era un poco tarde, faltaba algo más de media hora para que salga el tren. Y en segundo lugar, Natalia había decidido NO LLEVAR mochila y en su lugar tenía una valija tradicional. De las que tienen ruedas. Yo en cambio tenía una mochila, de las grandes. Pero fue inevitable ayudarla con la valija.
En algún momento voy a hacer un artículo acerca de los pro y contras de usar valija o mochila, pero para este caso solo voy a decir que las valijas de rueditas no se hicieron para caminar demasiado, cruzar calles, subir escalones, etc. Y menos si uno está apurado.
Natalia y su (incómoda) valija siempre delante mio, que me detengo a sacar fotos a cada metro.
Con un infundado temor a perder el tren, llegamos a St. Pancras a las 06:30, es decir con unos 20 minutos de tiempo hasta la hora de salida.
Ingreso a St. Pancras.
Y acá una de las principales ventajas del tren frente al avión. Si uno llega a un aeropuerto a 20 minutos de la salida de un avión ya puede darlo por perdido. Y no solo eso, salvo algunos casos, en general los aeropuertos se encuentras lejos del centro de las ciudades, por lo que hay que considerar el tiempo que se tarda en llegar a ellos.
No llegamos a estar ni cinco minutos en el hall de la estación cuando se habilitó el ingreso al tren y comenzamos a subir por la escalera mecánica que lleva al sector de andenes. Pero antes de eso, el control de pasaportes. Recordemos que Gran Bretaña no forma parte del área Schengen (y a partir del Brexit, probablemente deje de formar parte de la Unión Europea también) y por lo tanto es necesario presentar pasaporte para ir desde o hacia otro país europeo. Sin embargo, este es el único momento en que se hace la verificación. Una vez que se llega a Paris ya no hay mas controles.
Por fin pude conocer el tren en el que haría el viaje sobre el que había leído incrédulo hacía más de 20 años.
Esos anillos Olímpicos que se ven en la estación eran debido a la cercanía de los juegos de Londres 2012.
El tren en el que viajamos, si bien no se notaba de afuera, tenía un interior que no parecía ser de los más nuevos. No porque hubiese algo roto ni desprolijo, todo lo contrario. Simplemente se notaba era un tren con varios años de servicio por el estilo de las butacas, muy cuadradas, y por el estilo general del interior.
Sin embargo la comodidad era absoluta. Cero ruidos exteriores y asientos confortables. Y eso que estábamos en clase económica.
No era de noche, estábamos dentro de un tunel.
Debido a que salimos muy temprano del hotel no pudimos desayunar. Pero nunca nos importó menos ese detalle. Sabíamos que íbamos a desayunar dentro del tren, en el bar de abordo.
Nada muy rebuscado, café con leche y croissants (no íbamos a pedir media lunas…!). Lo compramos en el bar y lo llevamos a nuestros asientos, donde al igual que en el avión, había bandejas rebatibles.
Un detalle. A nuestra mochila y valija las habíamos dejado en el extremo del vagón, en el espacio destinado a tal fin, pero era nuestra primera experiencia de este tipo. Así que nos preguntábamos si sería seguro dejar todo ahí para irnos tres vagones más adelante a comprar el desayuno.
Mirando que todos lo hacían, decidimos que en algunos lugares las cosas funcionan de otra forma. Así que fuimos al bar.
Aunque creo que había salón comedor, nosotros solo fuimos al bar a comprar nuestro desayuno.
Finalizado el desayuno, y aun del lado inglés, nos quedamos en nuestros asientos esperando que pase el viaje y mirando por la ventana. También hojeando la revista del tren.
La revista de abordo donde se muestran algunos datos técnicos sobre el Eurotunel.
Me pase todos esos primeros minutos pensando que pasaría al entrar al túnel, si habría alguna indicación, si lo dirían por el parlante del tren, algo. Por las dudas aclaro, no, no esperaba ver agua por la ventana.
Nada de eso. El tren ingresó en varios tuneles y pensé que ya estábamos bajo el mar, pero a los pocos segundos volvía a salir. Iba rápido, pero no tanto para cruzar a Francia en pocos segundos. Así que esos no eran el túnel principal.
Pero en un momento entramos a un túnel y, aunque los minutos pasaban, seguíamos en él. Si, estábamos bajo el mar. Increíble.
Unos veinte minutos después volvió la luz del sol. Adiós Gran Bretaña, hola Francia. A partir del punto de ingreso a Francia, ubicado en la localidad de Calais, casi todo el viaje transcurre acompañado del verde de la campiña gala.
Pasamos campos de cultivo, aerogeneradores, vacas pastando. Cruzamos puentes y acompañamos tramos de autopistas. Claro que dejando a los autos muy atrás. Siempre sin sentir un solo ruido exterior y con un suave movimiento que jamás delataría la velocidad a la que íbamos.
Uno de mis pasatiempos era controlar esa velocidad y ver dónde estábamos. Lo hice varias veces con distintos resultados. Por algún motivo, el celular no tuvo buena señal GPS en el tramo que hicimos en Gran Bretaña, por lo que no pude saber cuándo realmente íbamos a entrar al túnel. Pero en Francia pude conseguir el bloqueo de la señal y me entretuve un poco con eso.
Ya estábamos acercándonos a los 270 km/h.
Es importante notar que hacía menos de 4 horas que lo había desconectado del cargador y ya estaba con 20% de carga. Lo estaba usando demasiado. En algunas zonas, el tren alcanza la velocidad máxima que figura en todas las notas sobre el Eurotunel: 300 km/h.
Pasó muy rápido el viaje y de repente empezamos a ver estructuras urbanas. Ya estábamos acercándonos a París. Enseguida el entorno de campo se transformó en un entorno de asfalto y edificios.
Al igual que Londres, París es una ciudad muy grande. Y la estación a la que íbamos se encuentra en el centro, así que el último tramo se hace a menor velocidad porque ya estamos dentro de la Ciudad Luz.
A la hora prevista, el Eurostar 9004 detuvo su marcha en uno de los andenes de la Gare du Nord. Una de las principales estaciones de París.
Recién llegados a París.
Tuve una sensación rara. Uno no está acostumbrado a viajar en tren cruzando fronteras. Subimos a un tren en una estación con carteles en inglés y bajamos en una con carteles en francés. Nuestros relojes marcaban un hora distinta a la del reloj de la Gare Du Nord (Francia tiene 1 hora más que Gran Bretaña). Nada especial, solo una sensación rara. Como cuando te dormís siendo aún de día y te despertás de noche.
Los dos Eurostar que estaban en la Gare du Nord, en uno de ellos llegamos nosotros. La valija roja era la nuestra.
Un viaje en tren parece muy poca cosa para decir que cumplí un sueño, pero a decir verdad fueron dos horas y media que disfruté mucho. Porque me gustan los trenes, por lo que representa este tren tecnológicamente y, principalmente, porque lo vengo conociendo, al menos en revistas, desde chico. Y, para mi sorpresa, al llegar a la estación en París vi otro tren que fue protagonista de muchas lecturas en distintos números de la revista Conocer y Saber. El TGV.
La primera vez que leí sobre este tren fue en la nota que salió luego de que alcanzara el que fuera un récord de velocidad para la época (mediados de los ’80). Luego salieron versiones nuevas del mismo tren y continuaron marcando récords. El último, alcanzado en 2007, fue de 574 km/h. Acá dejo el video, fíjense en el minuto 08:01 lo impresionante que resulta verlo desde el puente.
Bueno, eso, vi un TGV igualito al que había visto de chicos en revistas. Creo que se me cayó una lagrima y todo.
Lo importante del día ya se había concretado. Viajar en tren atravesando el túnel bajo el Canal de la Mancha y llegar a Paris. Y, de regalo, ver un TGV.
El exterior de la Gare du Nord. También conocida como París Nord.
Sacadas las fotos de rigor, salimos de la estación, miramos el mapa que tenía en mi celular y comenzamos a caminar rumbo a nuestro hotel parisino.
Aun nos faltaba casi un kilómetro arrastrando una valija con ruedas.